Es hora de que la brisa del mar me despeine, de volar cometas, hacer castillos de arena, recorrer veredas en bicicleta, perseguir mariposas, lanzar globos de agua, columpiarme, saltar a la comba, sortear las olas, alumbrarme con luciérnagas, abrazar a los árboles que me adornan, huir de las avispas, recolectar cada fruto que la tierra me regala, pintar con los dedos, escribir agazapada escuchando como los pájaros me tientan, sentir el olor a hierba mojada, contemplar en noches serenas las estrellas y encontrar en ellas a las tres que por mí brillan, en no dejar escapar a las fugaces que me gritan que con ellas la suerte me acompaña, en recibir besos de chocolate a cada instante, de jugar al escondite, al pilla pilla, de buscar tesoros, de explorar, de inventar historias, de contar cuentos con la mirada en una amanecer puesta.
Es hora de ventilar las ventanas de mi alma, de sacudir mis cimientos, de poner mis sueños en remojo, de cultivar con mimo mis pasiones, de hacer cosquillas a mis miedos, de mudar las pieles de mi vida, de recorrer nuevos caminos sabiendo que todo lo que ya está andado viaja para siempre en mi mochila y que aunque a veces pesa, no me impide seguir caminando por los senderos de la vida con la ilusión intacta y el alma siempre florecida porque soy la rama robusta donde otros se cobijan.
Es hora de que los libros que en invierno me arroparon, ahora en verano me den una sombra frondosa y tierna.
¡Nos vemos con la vuelta al cole!
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